San MP3

Ya estamos con la excusa de siempre. Me encantaría poder escribir a menudo en el blog pero no siempre puedo hacerlo. Ya sea por falta de tiempo o por falta de inspiración. Sea como fuere, el caso es que llevo desde diciembre sin poner una sola palabra y ya empiezo a sentirme un poco culpable.

Hace unos meses cuando volvía de trabajar en el autobús, coincidí con dos chicos que no dejaron de cotorrear en todo el camino. Yo estaba leyendo cuando entraron y como se sentaron detrás de mí no pude verles hasta que no bajaron. Según sus voces y su conversación habría dicho que ninguno de los dos contaba con más de 20 años – y ya me parecía tirar por lo alto –. Hablaban de cosas de trabajo primero y de asuntos más personales después, y no es que yo estuviera interesada en su conversación ni mucho menos, pero con el tono de voz que tenían era imposible no prestar atención. Es más, diría que estuve obligada a escuchar una conversación que para nada me interesaba y que me impidió seguir con la lectura de mi libro. Fui completamente incapaz de concentrarme en lo que estaba leyendo y decidí, después de leer varias veces las mismas frases sin enterarme de lo que significaban, dejarlo para otro momento. Pensé, una vez que hube cerrado el libro, que esto no me volvería a pasar nunca más si podía evitarlo. Porque,… ¿podía evitarlo?

Sí. Podía.

Y de hecho lo hice. Un día, antes de salir de casa, me acordé de que tenía el MP3 muerto de risa en casa y decidí meterlo en el bolso. Aquí tengo que hacer un receso y explicar que hay temporadas que puedo estar todo el día con el MP3 puesto, y hay otras que ni lo llevo ni lo echo de menos. Esa temporada fue una de las que lo llevaba puesto hasta en el trabajo – lo utilizaba para concentrarme en la redacción de ciertos informes –. Pues bien, me acordé del MP3 que había abandonado hacía unas semanas y lo guardé en el bolso con la absoluta certeza de que tarde o temprano me sería de gran ayuda.

Yo volvía a estar en el autobús camino de mi casa y subió un niño con su abuela. No recuerdo muy bien de qué hablaban, pero sí tengo claro que me importunaban lo suficiente como para no poder concentrarme en el libro. Otra vez la misma canción. Me acordé del MP3 y me lo puse sabiéndole mi salvador. El niño ya no existía y tampoco su abuela. Ni el ruido del tráfico ni el motor del autobús. Sólo estábamos mi libro y yo, y de vez en cuando, la música que salía por los auriculares. Desde ese día me propuse llevarlo siempre encima, aunque no siempre lo he hecho.

Ayer volvía del trabajo en el autobús y un trío de niñas-adolescentes entró y vino a sentarse justo enfrente mío. Las describiría como niñas pijas de papá y mamá un poco atontadas. Nada más entrar lo que más me llamó la atención fue que olían a alcohol bastante. Era martes a las 21:15. No está mal para venir de botellón. Supe enseguida que tendría que hacer uso de mis auriculares. No obstante, decidí esperar por si me equivocaba en mis deducciones. Las escuché durante unos minutos y después de no poder concentrarme otra vez en lo que estaba leyendo, quizá condicionada por la opinión que ya me había formado de las tres niñas, me puse la música. Para entonces ya me había fijado en varias cosas de mis compañeras de viaje. La primera, que la chica que estaba justo enfrente mío iba vestida como si fuera una noche de verano con un top de tirantes y sin sujetador (llamaba bastante la atención) También vestía una chaquetita abierta de estas que se llaman de entretiempo. Es decir, la chica iba monísima pero se tendría que estar pasmando de frío. La segunda, fue que tanto la chica sin sujetador como sus compañeras estaban más morenas que la mayoría de gente en verano en el mes de marzo. Y la última cosa que llamó mi atención fue que no eran tan escandalosas como yo había creído en un primer momento. Quizás me dejé influenciar por el aspecto de niñas que tenían pensando que sería igual que un gallinero ir con ellas, sobre todo teniendo en cuenta que iban un poco achispadas. La conversación que llevaban me desconcentraba, pero no era tan exagerada como la de los dos chicos que entraron hace varios meses y que me hicieron cerrar el libro porque no llevaba MP3. Por cierto, que estos chicos al final resultaron tener cerca de 30 años, si no los pasaban, y puede que fuera lo que más me chocó cuando bajaron del autobús aquel día.

Ayer es cierto que me puse la música para no escucharlas, pero no porque me molestaran en exceso, sino porque su conversación no me interesaba para nada. Mi instinto falló está vez.

Y dicho esto, y aunque no tenga nada que ver, prometo no volver a poner por escrito que hace mucho tiempo que no escribo. Hay cosas que son bastante obvias y que huelga decirlas, y si se conocen los meses del año en correcto orden, ésta es una de ellas.

Comentarios