Hace dos o tres días volvía del trabajo en el autobús leyendo El Proyecto Williamson. Como siempre subí en la primera parada y no había nadie más a mi lado. Una o dos paradas después entraron unos señores con sus respectivas. Supe que iban juntos porque uno le hizo un gesto al otro para que se sentara enfrente de él. Por lo demás no lo habría sabido nunca porque no llegaron a cruzar una sola palabra. Poco antes de mi parada el hombre que iba a mi lado se me acercó en el asiento y me dijo —que aproveche—. Yo le miré de pronto sin saber si me hablaba a mí o no. Él me sonrió y me dijo —hija, que afición—. Ya supe que se refería a mí y a mi libro. Le dije que estaba en un punto muy interesante y él me dijo —Enhorabuena por tu afición—. No sé muy bien por qué. Tampoco le di más vueltas. Volví a la lectura y me olvidé del señor. Poco después me di cuenta de que el hombre tenía parte de razón. El libro me ha enganchado de tal manera que, no sólo ese día, sino cada vez que lo abría, me quedaba embobada leyendo.
Creo que acabo de terminar el libro que más me ha impactado de todos los que he leído en mi vida. Puede que porque contara una historia real. Puede que fuera por el tema que trataba. El caso es que hay pocos libros que me hagan llorar en algún punto de la lectura y éste me ha tenido todo el tiempo con el corazón en un puño.
¿Habéis leído alguna vez a John Grisham? En 2005 cayó en mis manos El Jurado. Lo leí y me gustó mucho a pesar de no entender gran parte de la jerga que se utiliza en el libro. El autor es abogado y es normal que utilice vocabulario jurídico. Ejerció durante años hasta que le dio por escribir novelas. Desde entonces le ha ido tan bien que no ha vuelto a ejercer (hasta donde yo sé). Tres años después leí El Cliente y me ocurrió más de lo mismo. Mucha intriga. Demasiados personajes. Bastante jerga. Y todo para realizar un libro que también me gustó muchísimo. El Proyecto Williamson cayó en mis manos hace unos días por pura casualidad. Lo había visto hacía unas semanas en una tienda. No me llamó especialmente la atención, pero un día en la biblioteca, a cinco minutos del cierre, me decidí a sacar un libro porque no me apetecía leer ninguno de los que tenía en casa sin leer. Me dirigí a un pasillo al azar y aparecí delante de la estantería de John Grisham. Como hacía poco que había leído El Cliente me paré para ver si había alguno que me entrase por los ojos. Y ahí estaba él. El Proyecto Williamson. Lo cogí, leí otra vez el resumen del final y me fui a casa con el libro debajo del brazo.
No voy a contar demasiado del libro. Basta con leer la sinopsis para saber no sólo de qué va, sino también cómo acaba. Dos personas, Ron Williamson y Dennis Fritz, fueron acusadas de asesinato y juzgadas en 1988. El primero fue condenado a muerte. El segundo a cadena perpetua. El primero, protagonista del libro por así decir, estaba completamente desequilibrado mentalmente, pero era muy inteligente. El segundo también era inteligente, pero se mantenía en sus cabales como podía.
Un día antes de que se iniciara el juicio contra Ron Williamson el juez Jones quiso saber si entendía la importancia de las acusaciones y se mantuvo la siguiente conversación:
—Quiero ver cómo se encuentra para su comparecencia de mañana y asegurarme de que no provocará ninguna alteración del orden. ¿Comprende mi preocupación?
—Mientras no empiecen a decirme que he matado a alguien…
—¿Acaso cree eso?
—Pues sí lo creo. Y no me parece nada bien.
El juez Jones sabía que Ron había sido un destacado deportista y decidió utilizar la analogía de una contienda deportiva:
—Un juicio es como un partido de fútbol. Cada bando tiene la oportunidad de atacar y defender, y nadie puede oponerse a que cada bando tenga sus oportunidades. Son las reglas del juego. Un juicio es igual.
—Sí —repuso Ron—, pero yo soy el balón que recibe los puntapiés.
A lo mejor después de leer el libro tiene mucho más significado que sin leerlo, pero las respuestas de Ron me encantaron. Sobre todo tratándose, como se trataba, de un enfermo mental.
Creo que acabo de terminar el libro que más me ha impactado de todos los que he leído en mi vida. Puede que porque contara una historia real. Puede que fuera por el tema que trataba. El caso es que hay pocos libros que me hagan llorar en algún punto de la lectura y éste me ha tenido todo el tiempo con el corazón en un puño.
¿Habéis leído alguna vez a John Grisham? En 2005 cayó en mis manos El Jurado. Lo leí y me gustó mucho a pesar de no entender gran parte de la jerga que se utiliza en el libro. El autor es abogado y es normal que utilice vocabulario jurídico. Ejerció durante años hasta que le dio por escribir novelas. Desde entonces le ha ido tan bien que no ha vuelto a ejercer (hasta donde yo sé). Tres años después leí El Cliente y me ocurrió más de lo mismo. Mucha intriga. Demasiados personajes. Bastante jerga. Y todo para realizar un libro que también me gustó muchísimo. El Proyecto Williamson cayó en mis manos hace unos días por pura casualidad. Lo había visto hacía unas semanas en una tienda. No me llamó especialmente la atención, pero un día en la biblioteca, a cinco minutos del cierre, me decidí a sacar un libro porque no me apetecía leer ninguno de los que tenía en casa sin leer. Me dirigí a un pasillo al azar y aparecí delante de la estantería de John Grisham. Como hacía poco que había leído El Cliente me paré para ver si había alguno que me entrase por los ojos. Y ahí estaba él. El Proyecto Williamson. Lo cogí, leí otra vez el resumen del final y me fui a casa con el libro debajo del brazo.
No voy a contar demasiado del libro. Basta con leer la sinopsis para saber no sólo de qué va, sino también cómo acaba. Dos personas, Ron Williamson y Dennis Fritz, fueron acusadas de asesinato y juzgadas en 1988. El primero fue condenado a muerte. El segundo a cadena perpetua. El primero, protagonista del libro por así decir, estaba completamente desequilibrado mentalmente, pero era muy inteligente. El segundo también era inteligente, pero se mantenía en sus cabales como podía.
Un día antes de que se iniciara el juicio contra Ron Williamson el juez Jones quiso saber si entendía la importancia de las acusaciones y se mantuvo la siguiente conversación:
—Quiero ver cómo se encuentra para su comparecencia de mañana y asegurarme de que no provocará ninguna alteración del orden. ¿Comprende mi preocupación?
—Mientras no empiecen a decirme que he matado a alguien…
—¿Acaso cree eso?
—Pues sí lo creo. Y no me parece nada bien.
El juez Jones sabía que Ron había sido un destacado deportista y decidió utilizar la analogía de una contienda deportiva:
—Un juicio es como un partido de fútbol. Cada bando tiene la oportunidad de atacar y defender, y nadie puede oponerse a que cada bando tenga sus oportunidades. Son las reglas del juego. Un juicio es igual.
—Sí —repuso Ron—, pero yo soy el balón que recibe los puntapiés.
A lo mejor después de leer el libro tiene mucho más significado que sin leerlo, pero las respuestas de Ron me encantaron. Sobre todo tratándose, como se trataba, de un enfermo mental.
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