Cuando te decides a hacer algo sin mucho sentido lo haces, casi siempre, sin pensar. Yo lo hice por ejemplo cuando a final de este verano me apunté a clases de danza del vientre los miércoles por la noche. Vi el folleto que me metieron en el buzón, llamé a la escuela nada más llegar a casa para pedir información y unos días después estaba allí en persona para pagar los 15 € que cuesta cada mes. Realmente nunca llegué a creerme que iba a hacerlo, sin embargo por culpa de no pensar las cosas me planté en la escuela y pagué el primer mes, un mes y una semana antes de que comenzara la primera clase. Todo iba bien hasta que una semana antes empecé a pensar en lo que ir a clase conllevaba. Estaba tranquilamente en casa después de cenar, con el pijama puesto y pensando: "la semana que viene a estas horas tendré que salir de casa para ir a clase. Puff, ¡qué pereza!"
Por fin llegó el gran día y mi ánimo era cualquiera menos el de ir a clase de danza del vientre, a las diez de la noche, con un montón de chicas que no conocía de nada y a unos veinte minutos de mi casa andando. ¿Realmente pensais que podía pedir algo más? Pues sí, porque como dice una de las leyes de Murphy: si algo puede salir mal, saldrá mal. Y a mí esta máxima, como a otra mucha gente, se me suele cumplir. Así que la lluvia decidió hacer acto de presencia todo el día y toda la noche. Por suerte mi padre me llevó y me fue a buscar ese primer día por lo que no me resultó tan horrible.
Lo que fue la clase ya es otra cosa. Básicamente no nos enterábamos de nada ni mis compañeras ni yo, pero aún así decidí volver miércoles tras miércoles y darle una oportunidad. Total, peor que el ánimo que llevaba el primer día no podía ser. Han pasado más de dos meses desde entonces y sigo sin dar pie con bola aunque para mí eso es lo de menos. Voy porque me lo paso bien con mis compañeras, porque hago algo de ejercicio (aunque solo sea por el que hago entre ir y venir) y porque mientras trato de coordinar los brazos y las piernas para hacer algo parecido a un paso de baile me resulta muy fácil desconectar del resto de cosas que tengo en la cabeza.
Cuando volví de clase el segundo y el tercer día pensé que menos mal que hay veces que no pienso las cosas porque, sin duda, es cuando mejor salen.
Por fin llegó el gran día y mi ánimo era cualquiera menos el de ir a clase de danza del vientre, a las diez de la noche, con un montón de chicas que no conocía de nada y a unos veinte minutos de mi casa andando. ¿Realmente pensais que podía pedir algo más? Pues sí, porque como dice una de las leyes de Murphy: si algo puede salir mal, saldrá mal. Y a mí esta máxima, como a otra mucha gente, se me suele cumplir. Así que la lluvia decidió hacer acto de presencia todo el día y toda la noche. Por suerte mi padre me llevó y me fue a buscar ese primer día por lo que no me resultó tan horrible.
Lo que fue la clase ya es otra cosa. Básicamente no nos enterábamos de nada ni mis compañeras ni yo, pero aún así decidí volver miércoles tras miércoles y darle una oportunidad. Total, peor que el ánimo que llevaba el primer día no podía ser. Han pasado más de dos meses desde entonces y sigo sin dar pie con bola aunque para mí eso es lo de menos. Voy porque me lo paso bien con mis compañeras, porque hago algo de ejercicio (aunque solo sea por el que hago entre ir y venir) y porque mientras trato de coordinar los brazos y las piernas para hacer algo parecido a un paso de baile me resulta muy fácil desconectar del resto de cosas que tengo en la cabeza.
Cuando volví de clase el segundo y el tercer día pensé que menos mal que hay veces que no pienso las cosas porque, sin duda, es cuando mejor salen.
Comentarios
Un beso, Sandri
Conozco varias personas que han ido o van a bailar, y todas se quejan de lo mal que lo hacen, pero al final están enganchadas.
Por otro lado, la lluvia me gusta mucho cuando no tengo que salir a la calle. Si estoy en la calle depende mucho de la situación para que me guste o la odie. No soporto llevar paraguas, por ejemplo :-s
Sandri