Roma - Día 4

Domingo, 17 de julio de 2011


Nos levantamos temprano otra vez y nos arreglamos antes de salir a por el desayuno. Hoy vamos a visitar la zona del Coliseo así que salimos pronto de casa.

Cuando llegamos nos encontramos con una cantidad de gente que no habíamos previsto. Todo el mundo se sabe ya el truco de ir al Palatino a comprar las entradas para el Coliseo y el Palatino juntas, así que hay colas igual de largas en un lado y en otro. Como ya sabéis Ana y yo no hemos venido a Roma para hacer colas, así que después de dos minutos Ana me propone hacer hoy lo que íbamos a hacer mañana y dejar esto para mañana que es lunes y habrá menos gente.


Además hemos leído que la entrada te vale para dos días, así que imaginamos que si la compramos por la tarde habrá menos gente. Nos vamos dando un paseo (no sin antes habernos comido la fruta, claro). Primero pasamos por una parte del foro que está abierta al público, pero nos marchamos enseguida.

Al poco de ponernos a andar nos ponemos a buscar un sitio para tomar algo y así poder entrar al baño (se ve que he bebido demasiados líquidos en el desayuno) pero no encontramos nada que nos guste lo suficiente hasta que cruzamos el río y entremos en el Trastevere. El sitio es un restaurante cafetería que nos gusta bastante y nos planteamos incluso la posibilidad de volver hasta aquí para comer después. Tomamos una coca cola en la barra mientras entramos al baño y después pedimos un vaso de papel para tomarlo por el camino.

A partir de este momento caminamos sin rumbo fijo por el barrio. Ana tiene las señas de una iglesia: Santa María del Trastevere y cuando la encontramos entramos para sentarnos un rato y descansar. Como ya he dicho otros días no soy yo muy devota, pero reconozco que en las iglesias se respira una tranquilidad que no es fácil de encontrar en otros sitios. Ni siquiera en una biblioteca donde la gente por lo general también guarda silencio (más o menos) se encuentra ese silencio y ese respeto. Así pues nos sentamos en un banco al fondo de la iglesia durante unos 15 minutos. La iglesia es bonita, pero para mi gusto está muy recargada. A mí me gustan las construcciones sencillas, ¿qué le vamos a hacer?

Salimos a la calle y me doy cuenta de que además de beber mucho también he debido de comer mucho porque empiezo a notar el estómago un poco raro. Ana y yo nos reímos haciendo alusión a la plaza del Popolo.

Continuamos el paseo. Ana también ha encontrado en una guía una fuente y un arco que parece que vale la pena ver, así que nos ponemos en marcha. En el barrio del trastevere hay mucha tranquilidad (¡por fin!) y no nos encontramos con muchos turistas más. Hay un par de tiendas de souvenirs bastante grandes y un montón de restaurantes típicos italianos. De esos que ves en las películas con una terraza pequeña, mesas para dos con mantel de cuadros y alguna planta colgando del techo que le da un toque natural al lugar.



Con el mapa de Ana empezamos a buscar la fuente. El camino no puede estar más deshabitado y más perdido. En el plano no se ve si tenemos que ir hacia arriba o hacia abajo, por eso cuando empezamos a ver cuestas (todas para arriba, claro) y escaleras, nos llevamos un chasco muy grande. Deben de ser ya las 14:00 h y aún no hemos comido. De vez en cuando noto el estómago raro y empiezo a querer encontrar un baño. Ana sigue riéndose de mí y haciendo bromas con respecto a la plaza del Popolo.

Subimos varios tramos de escaleras y varias cuestas antes de llegar a la fuente, pero la verdad es que al final merece la pena. Pasamos, por cierto, por la embajada española en nuestro ascenso, y justo enfrente de la fuente también tiene una entrada. Las vistas desde arriba son muy bonitas. Se ve Roma desde lo alto. No está lejos y la vista está chula. ¿Qué más podemos pedir? Pues sí, lo habéis adivinado. Un baño. Nos hacemos algunas fotos y volvemos por donde hemos venido. Quizás si hubiéramos ido a otra hora o si no necesitase encontrar un baño con urgencia nos habríamos quedado en la fuente un rato más con los pies metidos dentro del agua. Tenía muy buena pinta y ya había más turistas haciéndolo.



Bajamos todos los tramos de escaleras y todas las cuestas. Habíamos visto muchos sitios con muy buena pinta para comer, pero a la vuelta ninguno nos parecía bien. Llegamos a uno que era bastante grande y vemos que había sitio para sentarse en la terraza y una carta con precios bastante buenos, así que nos sentamos a comer ahí. Sin embargo cuando veo, nada más volver del baño (ya sabéis que era mi prioridad en esos momentos) dónde nos han sentado me doy cuenta de que nos hemos equivocado a la hora de elegir el sitio y así se lo hago saber a Ana. Me dice que sí, que tengo razón y que ella también lo piensa. Ahora que lo miramos con más calma nos parece el típico restaurante de menú del día. No es lo buscábamos para un barrio como el Trastevere, pero ya no hay remedio. La pasta que pedimos está rica, pero el agua es imbebible. Pagamos y nos vamos a otro bar-restaurante en el que hemos visto que hay cócteles a bastante buen precio. Ya sabéis que los cócteles me encantan, así que no me he podido resistir y llevo desde que lo he visto diciéndoselo a Ana para que se vaya haciendo a la idea. Cuando terminamos de comer volvemos a hacer el mismo camino que ya hemos hecho de ida y vuelta hasta que encontramos el bar-restaurante.

Al no comer allí nos dicen que tenemos que entrar dentro para tomar el cóctel, pero no nos importa. Nos sentamos en una mesa alta junto a la puerta y pedimos una Caipirinha cada una. Te la venden por jarra de litro o por vasos. Ana me dice que un litro de Caipirinha es mucha Caipirinha, así que pedimos un vaso cada una. La verdad es que es una de las mejores que he tomado.

Está riquísima y muy fresca. Nos quedamos una hora aquí mientras nos la tomamos y sobre las 16:00 h decidimos marcharnos. Yo me habría quedado más tiempo, porque se está muy bien aquí sentada, pero decidimos marcharnos. Ana no quiere más Caipirinha y si yo me pido otra tenemos para otra hora aquí dentro. A mí no me habría importado y Ana me dice que me la pida que no le importa, pero, no sé… beber sola no mola mucho, así que nos marchamos.


Ana quiere buscar un sitio para echarse la siesta unos minutos así que damos vueltas por el barrio de nuevo buscando un trocito de césped en el que tumbarnos, pero como después de un rato no encontramos nada de nada, se nos ocurre la brillante idea de volver a la plaza de Venecia para echarnos en el mismo césped de ayer. Digo lo de brillante porque estamos bastante lejos y el cansancio (y la Caipirinha) empiezan a hacer mella en nuestros andares y en nuestros ánimos.

Volvemos andando por donde habíamos venido, pero en un momento dado vemos una calle que nos parece que puede ser un atajo. ¡ERROR! Hacemos el camino por esa calle de ida y de vuelta en unos minutos y retomamos el camino original. Si es que ya se sabe: más vale malo conocido que bueno por conocer…

Cuando llegamos a la plaza Venecia vamos directamente al césped de ayer para encontrarnos con que hoy no hay nadie más tumbado pero está en sombra así que no queremos desaprovecharlo. Ponemos nuestros pañuelos en la hierba y nos tumbamos ante la mirada de otros turistas que miran con cara de envidia. Nos quedamos unos 10 ó 15 minutos. Lo justo para descansar y coger fuerzas. O dicho de otra manera: estamos el tiempo justo antes de que llegue la policía a echarnos. Total, ya nos íbamos a ir. Bueno, está bien. No nos íbamos a ir aún, pero la policía es la policía y si la policía te dice que te vas, pues te vas y punto.

Cogemos nuestras cosas y con toda la dignidad posible las metemos en la mochila antes de emprender nuestro camino a la zona Coliseo mientras la gente nos mira de reojo. Sí, vale, me han echado, pero me he tumbado a descansar mientras ellos me miraban de pie desde el sol.

Compramos las entradas para el Coliseo, Palatino y Foro. Hoy, como ya estamos muertas decidimos ver únicamente el Foro. Mañana ya será otro día y como al comprar las entradas nos aseguran que mañana también las podemos usar decidimos marcharnos a casa a descansar después de ver el Foro. Realmente el Foro no tiene nada que no se vea desde la calle así que acabamos bastante rápido.


Hacemos el camino de vuelta por una calle paralela porque queremos comprar un helado y al final ni compramos el helado ni llegamos a casa directamente. Esta calle nos aleja del camino que conocemos y tenemos que volver a nuestro camino original por otro lado. A estas alturas ya estamos muy cansadas y Ana va con dolor de espalda desde hace un rato.

Este rato se hace realmente largo, pero para evitar recordar demasiadas penurias en un futuro en la relectura del blog no me extenderé más.

Llegamos a la habitación con ganas de tirarnos en la cama. Meto los pies en la ducha y los mojo con agua fresca durante un rato, pero estoy tan cansada que no me apetece ni desnudarme para tumbarme en la cama, así que me seco los pies y me siento en la cama para comerme uno de los bollos que he cogido esta mañana en el desayuno. Eso sí, hoy lo he dejado en la nevera de la habitación para no comérmelo hecho puré.

Nos duchamos y cenamos en la habitación. A pesar de que podríamos habernos ido ya a dormir, me empeño en salir un rato al centro para pasear, comprar el imán que nos ha pedido Sandra y para comer el helado que hoy se nos ha escapado. No es una buena idea pero aún así nos vamos. Ana tiene un tirón en la espalda y vamos muy despacito. Nuestra idea es ir en el 71 que se coge al lado de casa pero no tenemos billetes así que nos vamos al metro. Allí intentamos comprar billetes para ir y volver pero no somos capaces de entendernos con la máquina y no nos coge el billete de 10€ con el que queremos pagar. Compramos sólo ida. Nos metemos en el metro y nos toca esperar unos 15 minutos a que venga el tren. Un chico nos pregunta si el tren de este andén le deja en Termini. Nos pregunta en inglés y le contestamos en el mismo idioma, pero estoy casi segura de que es español. En Termini tenemos que coger la otra línea de metro, pero cuando nos bajamos vemos que la línea está cerrada y que hay un autobús que hace el mismo recorrido. Damos vueltas por toda la estación y no somos capaces de encontrar la salida al autobús. Vemos al chico que estaba perdido dar varias vueltas también. Dejo a Ana sentada en una silla, cambio dinero y me bajo de nuevo a comprar los billetes para volver después en el 71.

Cuando por fin salimos vemos venir el autobús. Subimos y justo detrás nuestro sube un grupo de cuatro chicos, todos hablando en castellano. Le preguntan al conductor si para aquí o allí y no se consiguen entender con él. Les digo que el autobús sí va a donde quieren ir porque es el mismo destino que tenemos nosotras y ya aprovechan para ponerse a hablar con nosotras. Ana, que va con la espalda destrozada se sienta y pasa de ellos, pero yo les doy conversación. Dos de ellos son gallegos y los otros dos son mexicanos. Uno de los gallegos nos cuenta lo bonito que es México y que siempre que ha ido allí ha sido con amigos (lo dice mirando a los dos mexicanos) También nos dice que llegaron hace una semana y que su viaje está llegando a su fin. Después uno de los mexicanos nos dice que recién acaban de aterrizar. El gallego decía cuando han subido al autobús que iban a la Fontana di Trevi, pero ahora dice que van a ver no sé qué otra cosa que está al final de la línea de metro. Lo cierto es que Ana y yo tenemos cierto lío porque cada uno dice una cosa. Cuando llegamos a nuestra parada los gallegos se despiden (me da la sensación de que con cara de pena. Quizás intentaba ligar con nosotras, no sé) y los mexicanos se bajan con nosotras. Les preguntamos si sus amigos no vienen y nos dicen que no les conocen de nada. Que se han encontrado mientras buscaban el bus y por eso han subido juntos, pero no son amigos ni se habían visto antes de esta noche.

Nos vamos con ellos hasta la Fontana. La verdad es que son muy majos y hacemos el trayecto contándonos nuestras experiencias en Italia hasta el momento, y de los viajes en general que hemos hecho y que vamos a hacer. Una vez en la Fontana nos despedimos de ellos y nos vamos a comprar un helado y los imanes. El imán es más o menos fácil. Lo del helado, con tantos sabores como tienen es más difícil…


Nos comemos el helado tranquilamente y después nos vamos a buscar el bus. Ana está que no puede más ya, ¡la pobre! Bueno, y yo tampoco, todo sea dicho de paso. Según subimos la calle veo pasar el 71. ¡Qué bien! ¡No sabíamos dónde paraba y justo pasa por aquí! Aunque claro, también hay una cosa mala, y es que si acabamos de ver pasar el bus creo que eso puede significar que tarde mucho tiempo en volver a pasar. ¡Pues sí! ¡Lo habéis adivinado! Tenemos que esperar media hora a que vuelva a pasar y cuando lo hace lo hace tan petado de gente que tengo la sensación de que no vamos a entrar de ninguna de las maneras. Menos mal que me equivoco y no sólo conseguimos entrar si no que terminamos sentadas en poco tiempo. Nos bajamos en nuestra parada y volvemos a casa a pie. Ha sido una noche un poco desastrosa, pero me ha gustado el paseito. Lo siento sobre todo por Ana y por su espalda.

Cuando llegamos a la habitación me doy una ducha de pies (me encanta) y me acuesto hasta mañana. Ana creo que ya está dormida.

Comentarios

Narayani ha dicho que…
mmmmmm, qué ricos los helados!!!
Anónimo ha dicho que…
más vale lo malo conocido..... madre mia! nos tiramos todo el día pensando lo mismo pero aun así caíamos siempre en el mismo error! jejeje... nos tiramos el día cogiendo "atajos" que lo único que conseguían era que tuvieramos que recular y andar un poquito mas!!
Yo también pienso que los galleguiños se fueron apenados!!! jajaja... aunque la verdad que me daba bastante igual porque estaba muy concentrada para no quedarme como el Pozzíii! jijij

qué rica la caipiriña y los helados....eh!!!