Tanzania - Día 2

27 de agosto de 2011

Seguimos en Addis Abeba. Vemos un mostrador a lo lejos pero no nos acercamos porque no hay nadie detrás. Pasamos un buen rato de pie hablando sobre cómo hemos preparado el viaje y Sofía nos cuenta que todos los dólares que trae los trae en billetes de un dólar. Al principio no me lo creía mucho, pero nos los ha enseñado y he visto que es verdad. Sofía es gaditana y tiene mucho arte a la hora de contar las cosas y por eso he pensado que estaba de broma cuando lo ha dicho, pero no, los andaluces no siempre bromean...

Cuando llega la señorita del mostrador nos acercamos para sacar las tarjetas de embarque. Cuando por fin las tenemos en la mano y nos fijamos bien en ellas vemos que vamos todos separados. En fin, será por tiempo para estar juntos.

Entramos al avión y cada uno va a su sitio. Yo estoy rodeada por una familia de keniatas, todos hombres que no me prestan la mayor atención. Yo estoy sentada en el pasillo. Cuando despegamos me asomo un poco para mirar por la ventana de la izquierda y el chico que está a mi lado trata de facilitarme la visión quitándose de en medio. Me dice que si quiero mirar que se lo diga para que el que está en la ventana se quite también, pero le digo que no hace falta. El chico no me dice mucho más, pero me cae bien. Intenta agradarme durante todo el viaje. El hombre que va delante mío se ha tumbado y el chico le dice que suba el asiento para no molestarme. Realmente no habría hecho falta pero se lo agradezco igual.

En el avión nos dan de comer otra vez. Los que llevamos viajando varias horas comemos todos; los keniatas, sin embargo, no come ninguno.

Paramos en Mombasa para que se baje parte del pasaje y los demás nos quedamos dentro del avión a esperar. El próximo destino será el aeropuerto del Kilimanjaro (¡y parecía que no íbamos a llegar nunca!)

Me he quedado sola en mi fila así que me paso a la ventanilla para poder ver mejor. Volar no es lo que más me gusta, pero después de cuatro despegues y tres aterrizajes en menos de 24 horas creo que le estoy cogiendo el gusto. Exactamente lo mismo que me pasa con el café...

Santi me dice que se va a sentar en la parte derecha del avión para ver el kili. Yo me quedo en el lado de la izquierda... y casi me lo pierdo. Sólo lo veo de refilón, pero me vale con eso.

Cuando llegamos al aeropuerto tenemos que enseñar nuestra cartilla de vacunación porque la vacuna de la fiebre amarilla es obligatoria. Si no la tienes te las puedes poner allí por $50 (si no recuerdo mal) En España nos costó unos 19€. La vacuna es efectiva durante 10 años, así que durante ese tiempo podré vivir tranquila...

Pasamos por el control de pasaporte, nos ponen el sello (¡mi segundo sello en el pasaporte! ¡Qué ilusión!) y vamos a buscar la maleta. Bueno, al menos las que han llegado hasta allí...

Nuestros equipajes de mano llevan todo lo necesario para la ascensión y para luchar contra el frío, y ¡menos mal! porque la maleta de Santi no aparece por ningún lado. Nos dicen que lo más seguro es que llegue en el siguiente vuelo, así que nos mandan al hotel y nos dicen que probablemente mañana la tengamos antes de salir.

Después de poner Sarah y Santi la reclamación de la maleta perdida nos vamos al coche que nos llevará al hotel. Según parece ha habido un error de cálculo y nos mandan un coche para siete cuando en realidad somos ocho. Nosotros creemos que alguien del otro grupo se ha colado o no había avisado de cuántos venían. No hay cinturones y si los hay no los veo, aunque realmente da igual, porque viendo la manera de adelantar que tienen aquí creo que ni eso nos salvaría en caso de choque frontal. Da pánico verlo en primera fila.

Llegamos al hotel y vamos directamente a la habitación a vaciar las maletas y preparar la mochila que vamos a llevar. Yo pensaba dejar una de mis mochilas en el hotel, así que se la dejo a Santi y dejamos su bolsa de viaje para guardar la ropa de safari. Bueno, mejor dicho, mi ropa de safari porque él no tiene nada aún. Al principio son todo inconvenientes, pero cuando Santi se pone a sacar cosas de su bolsa de viaje se da cuenta de que realmente hay poco que le haga falta de su petate perdido. Tiene que alquilar un saco de dormir. Sólo eso. El cepillo de dientes se lo doy yo (que llevaba varios por si acaso), el petate para darle al porteador se lo deja Sofía y lo demás lo tiene él. Lo cierto es que se lo toma mejor de lo que yo esperaba...

Consigo mandar un sms a mi casa yo solita (siempre es Ana quien me arregla el movil para que pueda escribir mensajes) para decir que he llegado sana y salva. Mi familia se ha quedado muy preocupada y quieren tener noticias a todas horas. Intentaré dar señales de vida cada poco, pero no sé cuánto tiempo tendré cobertura...

Dentro del recinto del hotel hay una tienda de alquiler de equipo donde tienen tanto ropa, como accesorios y complementos para frío. Vamos a informarnos pero no alquilamos nada aún porque es posible que mañana ya no haga falta.

Tenemos una charla con nuestro guía a las 17 horas en el jardín del hotel. Nuestra idea es ir a la charla y después a la piscina a darnos un chapuzón. La charla, (en inglés, of course), se alarga bastante y nos explican todo lo necesario para subir. Lo básico es ir muy despacio, hidratarse mucho, comer bien y no forzar la máquina nunca. En caso de encontrarse mal hay que parar y en caso de no mejorar después de un rato, bajar. Una buena aclimatación es imprescindible para llegar hasta arriba. Otra cosa que nos comentan es la utilización de Edemox en la subida (diurético) Yo no había pensado tomarla, pero el guía nos la recomienda así que como Santi lleva de sobra creo que se las quitaré y las tomaré yo también.

Johnny, el guía que nos explica todo, nos dice que nuestro guía no está hoy aquí, pero que mañana viajará con nosotros. Él irá con Jo y Tony, una pareja inglesa de mi edad más o menos. Como todos vamos a hacer la misma ruta iremos juntos gran parte del camino, aunque el último día nos separaremos.

Volvemos a subir a la habitación y Sofía viene con una noticia terrible: han cerrado la piscina.

Nos preparamos para cenar. El restaurante está dentro del recinto así que no nos lleva tiempo llegar. Cenamos en la misma mesa de un americano (aunque físicamente para mí es oriental) Parece que le hemos caído bien porque pide un par de cervezas para compartir con nosotros. A mí no me gusta la cerveza. No me gusta nada de nada, pero me parece que no aceptarla es un feo muy grande, así que doy varios sorbitos de mi vaso. Eso sí, no repito cuando me lo ofrece... Entre el café que he bebido en el viaje y la cerveza de la cena, creo que Santi no me reconoce.

Después de cenar Santi y yo vamos a buscar una camiseta a la tienda de souvenirs para que pueda llevar alguna camiseta de repuesto los próximos días. La verdad es que no son demasiado bonitas y al final decide no comprarse ninguna. Eso sí, me lo paso en grande viendo los distintos modelos.

Por los altavoces de La mezquita que está al lado del hotel se escuchan rezos y canciones. Habrá que esperar a que terminen para poder dormir...

No sé qué hora es, pero por fin tenemos todo metido en bolsas de plástico y éstas metidas en el petate. Es hora de irse a dormir. Tenemos que descansar porque no sabemos cuando volveremos a dormir del tirón.

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