Ayer no expliqué una cosa que me parece importante. Y es que nada más llegar nos fijamos en que el salón tenía un gran ventanal desde el que se veía una gran panorámica de la ciudad desde el que sólo se veía un manto negro salpicado de un montón de luces, como si fueran pequeñas luciérnagas de colores. A mí personalmente la vista me dejó alucinada.
La segunda cosa de la que nos dimos cuenta fue de que no había persianas para tapar el gran ventanal.
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No sé qué hora de la noche es pero la luz ya entra por la ventana. Tenemos una cortina que evita que los rayos del sol nos lleguen directamente pero aún así no puede hacer nada contra la claridad. Duermo varias horas con la cabeza tapada hasta que decidimos levantarnos. Al recoger las cortinas queda al descubierto el ventanal y me quedo otra vez perpleja. Lo que anoche parecía un escenario sacado de una película de fantasía hoy me resulta algo... algo... no sé qué me parece, y tampoco qué esperaba encontrar, pero lo que se ve desde la ventana es una ciudad vieja y rota. No es lo que me había imaginado viéndolo por la noche. Sin embargo no me desagrada. Tiene su encanto y para mí es lo importante: encontrar el encanto de los sitios que visito. Creo que todo lo tiene, sólo es cuestión de saber mirar.
Antes de hacer la maleta para la Capadocia decidimos bajar a desayunar porque no tenemos nada de comer en casa. Yo soy bastante pejiguera con los desayunos, pero hay que entender que un día es un día y que hay que amoldarse, así que terminamos desayunando en un local que hace esquina y que parece muy típico. No sabemos qué pedir ni para comer ni para beber así que nos dejamos llevar por el ambiente en el que nos encontramos y pedimos que nos asesoren. En un inglés suficiente para entendernos, el chico nos enseña un folleto con los platos que tienen en el restaurante. Tres de ellos son salados y el cuarto es dulce. Todos pedimos esta opción. ¡ERROR! Para la próxima vez ya sabemos que cuando no conozcamos un plato debemos pedir uno para probar y después pedir el resto. El plato está rico pero es demasiada cantidad. Es algo así como una porra desmenuzada con la masa interior cruda y un poco grasienta y el exterior tostado y crujiente. Por encima se le echa azúcar glas y está bastante bueno, eso sí, en cantidades más pequeñas y sólo la parte crujiente. Al final los platos quedan todos casi llenos, eso sí, por lo menos nos ha salido barato.
Después de una media hora en el local sentados al lado de un horno y, por suerte, también de una ventana abierta, volvemos al apartamento para recoger las cosas.
Fatih nos ha organizado todo el día. Se supone que salimos a las 19:00 hacia la Capadocia en un autobús de lujo y no nos va a dar tiempo de llegar muy lejos y estar de vuelta antes de esa hora, así que Fatih nos manda a pasear por la calle principal de la ciudad. Nos dice que tenemos tiendas y restaurantes para pasar el día entero.
Mientras estamos en su oficina intenta localizar a la gente de la agencia de la Capadocia para que vengan a buscarnos porque con las maletas y demás tendremos que coger dos taxis y no le parece bien. Nos dice que nos vayamos y que él se encarga de hablar con ellos.
Dejamos las maletas en la oficina de Fatih y nos vamos a pasear por la calle principal. Creo que Madrid no es tan occidental como esta calle... Hay varios Starbucks, Mango, Bershka, tiendas de complementos, Virgin, Saturn, restaurantes de kebabs, heladerías (y heladerías y heladerías), puestos callejeros con venta de maíz y roscas de pan, tiendas de regalos y souvenirs, puestos de zumo.
Nosotros nos dejamos llevar por la emoción y compramos unos zumos gigantes de naranja en una tienda por 1TL, al cambio 0,40€. Resultan estar un poco aguados, pero aún así están ricos.
Yo soy la tesorera, lo cual quiere decir que me encargo del monedero que tiene el bote común. Sí, lo sé, yo también pensé lo mismo... (Los que me conocéis bien os estaréis echando las manos a la cabeza, supongo) Es una muestra de confianza que no sé si merezco. En fin. Sigamos por nuestro paseo.
Nuestro paso es más bien lento teniendo en cuenta que Anita sigue pareciendo Pozi, eso sí, parece que va un poco mejor. Por lo menos se ha levantado bastante recta. Supongo que las drogas le han hecho efecto. Así pues continuamos a paso tortuga. Si te desvías de la calle principal puedes caer, como nos ha pasado a nosotros, en pequeños mercados donde encontrar pescados y frutas frescas, así como restaurantes que te sirven el pescado que tú elijas de los puestos de la calle.
De vuelta en la calle principal continuamos hacia adelante hasta que llegamos a una calle cuesta abajo que está llena de tiendas de guitarras, tambores y demás instrumentos. Es como entrar en un barrio completamente diferente. Un poco más abajo nos encontramos con la Torre Galata. Traemos idea de subir pero como no sabemos el número de escalones que hay, y cuánto se puede tardar en subir con un perezoso reumático (Anita) decidimos dejarlo para otro día y buscar un sitio para comer.
Aquí tenemos un pequeño problema, porque hay mil sitios y a todos nos da igual donde comer. Si embargo cuando alguien dice aquí o allá, alguien pone pegas así que tenemos que volvemos a empezar. Al final, después de mucho andar calle arriba y calle abajo, nos metemos en un resturante de kebabs en el que yo me he empeñado en entrar. Desde fuera parece que la comida tiene buena pinta y hay mesas para comer sentados, así que ¿por qué no? Pues bien, me quivoco de pleno, pero cuando me doy cuenta ya es demasiado tarde. El hombre habla medio inglés medio español, lo que hace que no le entienda nada. No sé qué estoy pidiendo ni si me está entendiendo algo. Se crea de pronto una situación de lo más violenta. El hombre se pone a medio gritarme porque parece ser que quien no se entera soy yo, no él. Ana me mira con cara de lo siento, porque estoy pidiendo su comida que sólo tiene pollo, nada de verduras, ni patatas, ni nada de nada. Sólo pollo. Al final pido lo de las dos y me voy a la mesa. Si me hubiera pillado en un mal día seguramente me habría ido casi llorando, pero como estoy de vacaciones la verdad es que todo me da bastante igual. Vamos, hablando mal, el tío este me la trae floja.
Santi tiene cara de querer marcharse sin comer allí y Javi, que siempre ve el lado bueno de las cosas, se va a pedir como si no hubiera pasado nada.

Comentarios
Un beso, guapa.
El lujo del autobús... pues bueno, me conformo con que no fuera peor, que también podría haber sido, jeje.
Besos!!